miércoles, 15 de mayo de 2013

CRÓNICA


E.P.S. Om Tat Sat
EL CASI AHOGADO
VOLUMEN I

CRÓNICA

con el propósito de tender una mano
amiga a todas aquellas personas
que están ahogándose  
y desconocen 
el porqué...
~~~~~


Será como poder ofrecerles una guía práctica en la que esa peculiar, 
llana y familiar manera de relacionarme con todos los Orixás 
pueda serles también de una gran utilidad. Ese es, 
por lo menos, mi más sincero deseo.

EPS ©Barcelona 1998-2003
reproducido desde el 
BLOC de NOTAS


ÍNDICE
        
PRÓLOGO          
       
Divinidades Yoruba, breve resumen

PRIMERA PARTE . . . . . . Diario de una limpieza
Hablando del autor. Fede
"Plaza de los pinos". Primeras piedras
Abanu. Preparando el ñame. Florero
3 ª limpia. "Casa de chocolate"
Fotografías y láminas

SEGUNDA PARTE  . . . . . . Relatos de un desahogado
Piedra de Ogun. Sombra de Exu
Piedras de Oxum. Vela de Oiá
Perfiles de las sombras de los Orixás
Exu, Oxalá e Iemanjá.  Los Ibeji
Piedras para Naná. Folleto. Lámina L 2
       
TERCERA PARTE . . . . . . Apuntes de un bendito
Piedras y talismanes. Escudo protector
Vitrina Exu. Cinta. Anna. Ibrahim.
Escritura compartida. Vidas anteriores
Abix. Eblinn. "Baile". Fede. Lámina L 2

CUARTA PARTE . . . . . . Casos y cosas de un casi iniciado
Cristales para los Ibeji. Ángeles
Actos y costumbres diarias
Fidel. Lámina L 2
       
EPÍLOGO . . . . . . Nota del autor
Tocando fondo
lunes 24 de diciembre de 2001
miércoles 31 de julio de 2002
       
Empezando a ayudar
jueves 26 de septiembre de 2002
viernes 27 de septiembre de 2002
sábado 26 de octubre de 2002
viernes 1 de noviembre de 2002
sábado 18 de enero de 2003
domingo 2 de marzo de 2003
lunes 10 y 17 de marzo de 2003


AVANCE

PRÓLOGO
   ---¿Esas mariposas de corcho y cobre colgadas en la pared del escaparate también están a la venta? -inquirió curiosa al abrirle la puerta.
La pregunta no era muy usual puesto que allí sólo se exhibían piedras preciosas y joyas en plata o en bronce.
   ---Forman parte de la decoración, pero si le interesan, puedo venderle las que desee -le dije mientras mi mente de comerciante analizaba el conjunto armónico que formaban su falda y chaqueta de gabardina beig, su jersey de punto de un agradable color tostado y los zapatos y el bolso marrón.
   ---Las mariposas siempre me atraen. Formo parte del Candomblé de Bahía y -después de una pausa continuó- las mariposas pertenecen a minha Mãe Oiá. 
Mientras me lo contaba, se apartó el cabello cobrizo que le cubría la oreja, mostrándome un bonito pendiente, de cerámica esmaltada, en forma de mariposa.
   ---¿En Salvador?... Yo he vivido once años en Brasil -le dije- desde principios del 68 a finales del 78.
   ---¿Ah sí?...¿dónde? -me preguntó en un tono entusiasta.
   ---Estuve trabajando en una multinacional, como ingeniero de robótica, en São Paulo y me enviaron dos años a Río de Janeiro para montar una filial, regresando nuevamente a São Paulo. 
   ---¿Conoce entonces el Candomblé? -insistió interesada.
   ---Sí, un poco. Siempre nos gustó, a mi fallecida esposa -observé la reacción impactante que le causó esa súbita revelación sin atreverse a preguntar la causa- y a mí, conocer esos rituales, principalmente cuando vivíamos en Río. 
Inmediatamente me vino a la cabeza Jacarepaguá, un parque alejado de la ciudad, de vegetación exuberante y donde la gente iba a practicar sus rituales, bañándose en unas cascadas y depositando ofrendas y velas. Y nosotros les observábamos con curiosidad mientras paseabamos.
   ---Yo voy cada año a Salvador a efectuar mis obligaciones -siguió- pero realizo mi labor aquí en Barcelona. 
Al contemplar su delgada figura, no me la podía imaginar vestida como aquellas orondas bahianas ataviadas con sus miriñaques -abultadas faldas de un blanco deslumbrante- y no me resistí a preguntárselo:
   ---¿Pero aquí en Barcelona ejerce como Mãe de Santo?
   ---Sí -replicó notando mi extrañeza- y precisamente necesito sortijas especiales y las que encuentro son de latón y no me sirven, pues es el bronce el que le pertenece a Oiá. Me alegré -continuó- al ver joyas de bronce en el escaparate. 
   ---En Brasil -le seguí contando- nunca habíamos penetrado en ese mundo de las Divinidades afrobrasileñas, Orixás como decían allí, pero siempre nos había impresionado y si bien no era realmente miedo, si que nos infundía mucho respeto y preocupación cuando los viernes nos encontrábamos, en algunos cruces de las calles, velas rojas y gallos sacrificados, ya que no entendíamos exactamente su significado.
   ---No, no, en el Candomblé sólo hacemos el bien -murmuró en un tono tranquilizador- y protegemos a la gente del mal. Es lo que aquí se conoce como Magia blanca en lucha contra la Magia negra, que es a la que hay que temer.
Mientras me contaba todo eso, iba contemplando las diversas joyas de las vitrinas.
   ---¡Cuánto aché! ¡Madre mía, cuanta fuerza transmiten esas piezas! -exclamó al fin.
   ---Todas son piezas únicas -le informé como solía hacerlo con todas las clientes- hechas a mano, firmadas y, como me encanta el mar, utilizo esas conchas y caracolas que yo mismo recojo del fondo, buceando.
   ---Oye, ¿puedo tutearte, verdad? -cambió la entonación- me interesaría que me hicieras una sortija, en bronce rojo, que expresara toda la fuerza del rayo, utilizando ese circón que tienes en la vitrina, como centro de luz.
   En un bloc empecé a dibujar un rayo zigzagueante bordeando al circón, en el centro, a su vez, de una estrella irregular que quería representar sus diferentes y desiguales destellos.
   ---Verás, Oiá es la dueña del rayo, de los vientos y de las tempestades -iba diciendo mientras observaba el diseño.
   ---Sí, sí -continuó- eso mismo, la quiero como la has dibujado. 
Mientras le tomaba la medida del dedo, prosiguió:
   ---Necesito que esa sortija tenga mucha fuerza y percibo que tú se la puedes proporcionar.
   ---Fuerza no lo sé -le dije en un tono que no quería que pareciera irónico- pero normalmente todas las piezas que realizo gustan muchísimo a todo el mundo.
   ---¡Sí... sí... seguro que conseguirás darle mucho aché! -insistió.
Recordé que en Brasil aché significaba poder divino y no me resistí a sincerarme con ella: 
   ---Lo malo es que, a pesar de infundir a mis piezas ese poder, aché como dices tú, y del éxito y exclamaciones como "¡oooh, que bonitas!", no consigo vender casi ninguna. Por eso hemos colocado esa pancarta de LIQUIDACIÓN TOTAL en la fachada y, de continuar así, tendremos que cerrar. 
Mientras estaba contándole mis cuitas, iba observando los movimientos de asentimiento con su cabeza, como si todo eso ella ya lo supiera. 
   ---¡Hijo mío, te han echado una maldición que no veas...!  Desde que he entrado -prosiguió- noto una sensación de malestar y pesadez en el ambiente típica de las maldiciones.
Al ver que me la miraba con un aire escéptico pero al mismo tiempo preocupado y receptivo, continuó insistiendo: 
   ---Pásate por mi casa, echaremos los caracoles, descubriremos la causa y le pondremos remedio. 
"¿Así de fácil?" -pensé medio incrédulo mientras seguía observándola.
   ---Cuando termine la sortija -le dije después de pensármelo- te llamaré y quedaremos para entregártela en tu casa y así podremos averiguar lo que me pasa. Ya me inventaré alguna excusa para poder traértela, pues mis padres también están en la tienda. 
   ---De hecho -proseguí- es mi madre la que, por las tardes, se ocupa de atender a los clientes y mi padre y yo trabajamos en el taller. A ellos, que también vivieron en Brasil, no puedo contarles eso de las maldiciones. Mi madre se moriría de miedo y mi padre, que es un incrédulo, diría que estoy completamente loco. 
   ---Claro, claro -me dijo mientras me entregaba su tarjeta.
La cogí diciéndole:
   ---Ya te llamaré así que acabe la sortija -al tiempo que la ojeaba. Al leer «Hechicera Yoruba», quedé impresionado, no sabía si de temor a lo desconocido o de esperanza para solucionar mis problemas económicos.
Y notando mi zozobra se despidió: 
   ---¡Venga, anímate! Ya lo solucionaremos, ya lo verás... Llámame pronto ¿de acuerdo?... ¡Chao! 
   ---¡Chao! como dicen en Brasil.  
Al quedar solo en la tienda, empecé a recordar la infinidad de negocios surgidos a lo largo de esos años, con un entusiasmo inicial incluso exagerado por parte de los compradores pero que, a fin de cuentas, la venta se truncaba, no llegando jamás a realizarse y pensé "efectivamente Teresa -Teresa de Oiá constaba en la tarjeta que me había dado- tiene razón y estoy maldecido". 
Así debía ser puesto que esas situaciones se repetían tan a menudo que ya no sabía qué hacer ni cómo reaccionar después de que la economía familiar hubiera alcanzado un nivel casi insostenible. Por fin y tras tantos años instintivamente sospechándolo y notándolo -aunque mi mente analítica de ingeniero no lo quisiese reconocer- Teresa ahora, de una manera simple, lo ratificaba. 
Repasé mentalmente lo acontecido desde que el 3 de marzo, al pasar por delante de la Catedral, sin saber cómo -o tal vez influenciado por el recuerdo de la gente brasileña que decía "¡vete a bendecir!" cuando las cosas iban de mal en peor- me encontré dentro. Empecé a recorrer los pasillos y sólo iba encontrándome Santos y Vírgenes desconocidos para mí, contemplándolos pero sin saber que hacer. Opté por desviar mi mirada hacia la cúpula y dirigirme directamente a Dios, como había hecho en otros lugares y en otras ocasiones excepcionales, en algunos momentos difíciles de mi vida, pidiéndole ayuda. Así pues le dije: 
   ---¡Dios mío, ayúdame! Haz que mi situación económica mejore y si por acaso tengo alguna maldición, arráncamela y bendíceme. ¡Gracias, Dios mío, gracias! - y salí de la Catedral. 
Recordé que durante aquella semana las ventas mejoraron y el domingo día 8, entré en una iglesia en Badalona para darle las gracias. Estaba desierta, a oscuras y en el altar destacaba solamente un San José enorme puesto que la iglesia llevaba su nombre. Así que volví nuevamente a dirigir mi mirada hacia la cúpula, dando las gracias directamente a Dios.
Continué acordándome que durante las semanas siguientes se mantuvo más o menos aceptable el nivel de ventas pero sin advertir una clara mejoría. El domingo 29 decidí volver a la misma iglesia en Badalona. A las diez de la mañana continuaba desierta y a oscuras pero descubrí, colgado en una de las paredes traseras, un crucifijo con la figura de Jesús de tamaño natural, cuyos pies bajaban hasta la altura de mi cara. Esta vez me dirigí a Dios por intermedio de Cristo: 
   ---Ayúdame Jesús y si tengo alguna maldición, por favor líbrame de ella. ¡Gracias! -y sin saber cómo obrar exactamente, salí a la calle. 
El domingo siguiente, ya 5 de abril, volví a implorarle lo mismo, con más fe si cabe y fue ese miércoles, 8 de abril, cuando apareció Teresa en la tienda. Y empecé a intuir que Dios me la estaba enviando para decirme, de una manera física y material, como tendría que proceder para librarme de la maldición que según ella, efectivamente, pesaba sobre mí.

Transcurrida la Semana Santa le telefoneé a su casa: 
   ---Teresa, ya tengo la sortija, ¿cuándo quieres que venga? -le solté impaciente por solucionar mi problema. 
   ---Mira, ¿te va bien el viernes 17, a las cuatro? 
   ---Si, de acuerdo, les diré a mis padres que quieres enseñarme unas gemas que trajiste de Brasil para ver si podemos montártelas. Hasta el viernes, ¡chao! 
Y empecé a prepararme mentalmente para entrar en ese nuevo mundo que estaba comenzando a surgir en mi vida.
En el Metro, mientras me dirigía a su casa, empecé a acordarme de Brasil y recordé como nos gustaba a Anna y a mí, cuando vivíamos en Río, entrar en las "tiendas de Macumba" como nosotros las llamábamos. Mirábamos los objetos, los Orixás, los collares, las velas, los libros, preguntábamos cosas, nos contaban leyendas... pero nunca terminamos de entenderlo, ya que nuestra mentalidad había sido educada desde pequeños en el catolicismo como "única y verdadera Religión".
La estación quedaba un poco lejos de su casa. Empecé a andar. El sol primaveral ya apretaba aquella tarde y cambié a la acera en la que las recién salidas hojas de los plátanos proporcionaban una agradable sombra a lo largo de la calle. Al cabo de diez minutos llegué a la puerta del edificio que buscaba. Era de reciente construcción, con ladrillos rojizos. Llamé desde el portero automático:
   ---¿Siiií... ? 
   ---Teresa, soy Eduardo -contesté. 
   ---Entra -se escuchó por el interfono- y empecé a subir por la escalera, pues era en el primer piso. 
Cuando llegué a su rellano, estaba esperándome ya en la puerta. Vestía una falda acampanada hasta los tobillos, con un estampado de florecillas en tonos granate y un blusón blanco, bastante holgado, que le llegaba por debajo de las caderas, completando su conjunto con una diversidad de collares de distintos colores alrededor de su cuello, "atuendo típico de Brasil" pensé mientras la saludaba. 
   ---¿Cómo estás? -me dijo al tiempo que me besaba en ambas mejillas- Pasa, pasa... 
Cruzamos el recibidor y me introdujo en una habitación que utilizaba como despacho. 
   ---Siéntate -me invitó con voz tranquilizadora, indicándome una silla mientras ella se sentaba al otro lado de la mesa escritorio. 
   ---¿Ha quedado bonita? -preguntó impaciente.
   ---Yo creo que te gustará -afirmé mientras buscaba el paquete en el bolsillo interior de mi americana, al tiempo que empezaba a observar la habitación. A mi derecha una estantería ocupaba toda la pared. Estaba repleta de cajitas con defumadores y otros productos a los que no alcanzaba a leer su nombre, muñecas, figuras y diversos abalorios. En el otro extremo, a la altura de su silla, había un teléfono, con contestador automático y fax.
Sacando la sortija del estuche se la tendí, en espera de apreciar su reacción. 
   ---¡Oooh, que linda!  
Se la colocó en el anular contemplándola detenidamente mientras hacía oscilar la mano.
   ---¡Preciosa! -exclamó.
Después de una breve pausa, en la que no cesaba de observar la sortija, me preguntó: 
   ---¿Y qué, cómo te encuentras? 
   ---He estado pensando -le dije- quién podría haberme lanzado alguna maldición y he llegado a la conclusión de que tal vez sea un joyero que trabajó un tiempo para nosotros, llamado Albert. 
   ---Siempre fue informal en las entregas -continué- pero llegó el día, después de las fiestas navideñas, quedando mal con todos nuestros clientes, que tuvimos que prescindir de sus servicios por vago e irresponsable. Era incapaz de entregar ni tan siquiera una joya antes de un mes... ¡de retraso! Cuando iba a su casa, tenía que buscarlo en uno de los tantos bares de los alrededores, en los que invariablemente se encontraba. 
   ---Creía -seguí contándole- que nos tenía a su merced, puesto que efectivamente dependíamos exclusivamente de su trabajo y que era imprescindible... hasta el día que dije basta y empecé a elaborar las joyas directamente yo, sin ningún tipo de recursos. Y supongo que con lo vengativo que era... 
Durante toda mi explicación, continué fijándome en los objetos que estaban en la mesa junto a un montón de carpetas, en los lápices de colores y en el pisapapeles.
    ---Incluso ahora que lo pienso -proseguí- creo entender por qué quería que le escribiera en un papel, de mi puño y letra, una dirección que vino a pedirme al cabo de unos meses, presentándose en la tienda y sondeando si podría ser aceptado nuevamente. Pero al ver mi indiferencia para hacerle algún encargo, se marchó cabizbajo y supongo que, en su fuero interno, pensando en encargar una maldición para vengarse. 
   ---Bien, ahora lo veremos -dijo moviendo la cabeza afirmativamente. 
   ---Voy a lavarme las manos -prosiguió- y pasaremos a la otra habitación. Mientras tanto, puedes ir descalzándote. 
"¿Descalzarme? -pensé- ¡que raro!". Y continué observando el despacho. En la pared había un óleo de Oxossi con su arco y sus flechas y otro con un árbol enorme en el que se podía leer IROKO en la parte inferior, ambos firmados por Teresa. 
   ---Ven -me llamó- pasa y siéntate aquí. Me indicó una silla junto a una mesita con un tablero bordeado de hileras de cuentas de diversos colores. 
   ---Toma esa piedra en tu mano, cierra los ojos y apriétala con fuerza mientras yo me dispongo a tirar los buzios
Recordé que era así como llamaban a ese tipo de caracoles caurí en Brasil. La oía murmurar una retahíla de palabras ininteligibles. 
   ---Estoy dirigiéndome a los Orixás en Yoruba, su lengua nativa -puntualizó. 
A continuación se dispuso a tirar los caracoles. Después de varias combinaciones, sentenció, recogiendo los buzios:
   ---Tienes todos los caminos cerrados. Efectivamente ese Albert es el causante y te tiene casi ahogado pero... a pesar de todo, existe el remedio.
"Menos mal" pensé medio apesadumbrado.
Al disponernos a salir del cuarto, me mostró una figura y una sopera repleta de conchas y caracolas, al tiempo que me informaba:
   ---Tu Mãe es Iemanjá, la divinidad de los mares.
Volvimos a su despacho y después de consultar unos apuntes, empezó a realizar unas anotaciones en un papel mientras hablaba: 
   ---Tendrás que encender una vela blanca a Oxalá durante siete viernes.
   ---¿Dónde? -pregunté curioso.
   ---Cuando llegues a tu casa, la enciendes, donde tú elijas y la dejas hasta la hora de acostarte.
   ---¿Y si no se ha consumido, la apago? -continué preguntando.
   ---Sí, y la guardas para reencenderla el próximo viernes y así hasta completar las siete semanas.
   ---Una limpieza -prosiguió- un domingo al mes, durante tres meses, ofreciendo a tu Ángel guardián 2 kilos de maíz.
   ---¿A mi Ángel guardián? -la interrumpí medio escéptico aún.
   ---Sí, todos tenemos uno, pero si no le hacemos caso, a veces puede distraerse, o aborrecerse, y es ahí cuando una maldición puede penetrar.    
Todo me parecía tan extraño...
   ---¿Tienes coche?
   ---Sí -asentí sin mucha convicción pensando si se le podía llamar coche al mío.
   ---Pues el domingo temprano, te diriges, vestido de blanco, a un bosque, cuanto más frondoso mejor, y vas frotándote puñados de maíz por todo el cuerpo, empezando por la cabeza, al tiempo que le pides que te cuide, que te proteja y que te libre de la maldición. Y así hasta terminar con los dos kilos, dejando los granos esparcidos por el suelo.
   ---De regreso a casa -continuó- te lavas con jabón de coco y, una vez enjuagado, te viertes encima desde la cabeza una maceración de lavanda, menta y ruda preparada la víspera en tres litros de agua y una cucharada de miel.
Nuevamente me vino a la mente Río y la historia que una vez nos contaron de un Orixá viejecito que tuvo que librarse de sus enfermedades -viruelas creía recordar- con maíz y después Dios le mandó una tormenta para anunciarle, lavándolo, que ya estaba curado.
   ---Y el lunes 27 -prosiguió- tendrás que volver aquí para conocer a Exú y ofrendarle cachaça.
Me acordé que había visto, no hacía mucho, alcohol de caña en unos Almacenes rebosantes de productos de importación.
   ---Y una vez limpio -pregunté- ¿no corro el riesgo de que me vuelvan a maldecir?
   ---Buena pregunta -respondió admirada- Mira, voy a darte un amuleto que siempre deberás llevar encima, vayas a donde vayas. Él te protegerá. Diciendo esto, cogió, de una de las cajitas de la estantería, un saquito de cuero verde azulado cosido con cordel, conteniendo en su interior diversas hierbas -se notaba por el olor que desprendían- destacando un buzio sujeto en una de sus caras.
   ---Cuando te sientas afligido -continuó- o en peligro, vas acariciándolo y te sentirás mejor. 
Continuaba pareciéndome todo tan extraño...
   ---Te doy también esa caja que contiene prismas de incienso para que los vayas quemando en la tienda, y poder realizar asimismo su limpieza. 
Miré hacia la cajita de cartón azul en la que resaltaba la imagen de Iemanjá. "No sé si es la marca o es Ella la que se cuida de esas limpiezas hogareñas" -pensé- pero me sentía ya tan aturdido que no se lo pregunté. Tantas novedades y descubrimientos bullían en mi cabeza que solamente tenía ganas de salir a la calle y respirar aire fresco. 

Aquella tarde entré en ese mundo nuevo para mí y resolví anotar todas las sensaciones, experiencias y/o revelaciones que me fueran aconteciendo para empezar, con un Diario, la cronología de mi limpieza en el transcurso de los próximos tres meses, presintiendo que iban a ser cruciales en mi existencia y en mi futuro. Y decidí que, por extraño que me pareciera lo que me fuese sucediendo, llevaría la limpieza hasta el fin con una fe ciega y una confianza imperturbable, convencido totalmente de poder alcanzar mi objetivo. Era la única solución para que todos los actos que me disponía a ejecutar funcionaran... ¡Sin dudar ni tan siquiera por un instante!

Y ahora retrocederé hasta aquel día, 17 de abril de 1998, releyendo el DIARIO e incluyéndolo en esta crónica que estoy empezando hoy, 21 de junio de 2001, inicio del cuarto año de mi nacimiento espiritual, relatando esa maravillosa experiencia que me dispongo a transcribir a continuación y así me parecerá que en lugar de retocar un diario, estaré escribiendo los recuerdos de mi largo aprendizaje, con la ilusión y el deseo que puedan servir de ayuda a todas aquellas personas que están ahogándose y desconocen el porqué. 

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